Escritos tr@nseúntes

Escritos transeúntes es una invitación del autor para que los lectores y lectoras colaboren con él en la tarea de resignificar objetos y experiencias humanas rutinarias, las cuales tienden a escapar las miradas habituales que hacemos de nuestro entorno. Son escritos caracterizados por su subjetividad, convertidos en una especie de dispositivo para pensar sin ataduras, lo cual se convierte en arma de ideas provocadoras. Universidad de Puerto Rico

 

Otho Rosa dice: Comencé a ver y a vivir en 1947, en Puerto Rico; luego a leer, que es un mirar más específico. Más tarde a escribir, que es irse sacudiendo lo vivido y lo leído. Continúo ensayando ese proceso: Refugio permanente (1985), Cuaderno (1989), Crónica de un desobediente (2000), Ver lo invisible (2010), El escriba (2017) y algunos ensayos en antologías y revistas. Los temas que me obseden los encontrarás en este reciente libro: Escritos transeúntes. Nos vemos por ahí, en las redes o en un futuro escrito.

 

Unos minutos me tomó esta experiencia. Salí a dar una vuelta y tomé la #174 hacia Aguas Buenas. Continué hasta Caguas. Un poco más y me paso de Cayey. Advierto que necesito gasolina… y algo de comer. Cuando entro a pagar la gasolina, la vi. Era ella; la misma de hace poco más de treinta (30) años. Igual que yo, buscaba alimentar su auto. El tiempo la había habitado con delicadeza; los brazos, algo más gruesos, los pómulos más abultados. Continuaba atractiva y se sabía bella…como siempre. Le incomodó verme, pero no mostró el incomodo ante el acoso no pretendido que produjo mi presencia. Seguro se percató de mi escrutinio exterior, inspección disimulada, pero no tan ponderada, como la que ella, a su vez, realizaba. Llevaba gafas oscuras.  De ¿Ralph Saint Laurent?, ¿Versace?, ¿Prada?, alguna marca meticulosamente seleccionada. Eso lo sé. Eché gasolina y me fui del lugar. No quería incomodar ni sentirme incómodo. Se que ella advirtió, además, mis interrogaciones por el estado de sus virtudes y habilidades, pero debido a las gafas oscuras y a su terca estrategia de no mostrar las flaquezas de sus defensas, de ocultar su lado débil, no pude ver sus ojos ni juzgar su mirada, que tantas veces me rindiera.