Bitácora al viento
Cruza un pájaro sin sentido
de la mañana a la tarde
decir extranjero es autodefinirse
aún estamos en pie a pesar del amor
las palabras esconden
las soledades del silencio
el abandono es un comienzo
irremediable
te llevo en el corazón que ya no es mío
las montañas ciegas de sol
jamás han visto su sombra
vivo haciendo arreglos
en los bordes del tiempo
camaradas somos antes de saberlo.
¿Qué une estos poemas? ¿Qué secreto hilo ata sus distancias? José Manuel Maldonado hace tiempo que ejerce su destino de poeta desde el sigilo. Nadie se equivoque: no hay modestia en la poesía. Sí, la delicada cortesía libertaria de hacerlos náufragos, de no imponer sus poemas, de no pedir nada por este alivio de belleza que se ofrece al mundo como se entrega una amistad. “Escribo versos como atajos”, “cultivo laberintos al borde de la ausencia”, dice esta poesía que toca lo que nombra. Hay una manera de apropiarse del mundo en su decir, una poética de la materia, una poesía que sostiene la mirada en la horizontalidad fraterna de la tierra y los hombres, que aún en su desencanto guarda una fe en el paisaje, la luz, la palpitante existencia. Una poesía que decide vivir de amor y desea “anidar en la piel de quien me lea”. Y lo hace; sabe hacerlo.
–Ana Inés Larre Borges
Montevideo, Uruguay