No contábamos ni con un frío invernal y menos aún con el tradicional brasero de antaño para ambientar las historias que Pablo Juan Canino desgranaba en las tardes de visita a nuestro apartamento riopedrense en la década de los 90. Iluminados sólo con la luz de la pantalla de una voluble computadora –maravillas y miserias de la modernidad– nos arremolinábamos lo más cerca de la sapiencia técnica de Pablo Juan quien intentaba poner orden al desorden electrónico de la diva, mientras aprovechaba la coyuntura para depositar sus fábulas en los ya cautivos oídos de Pedro Juan Soto y de esta servidora. El repertorio cuentístico que se nos ofrecía giraba, la más de las veces, en torno a un abigarrado núcleo familiar, aureolado por la nostalgia de un Dorado con visos innegables de mito. La saga iba entretejiéndose al pasar de los días, gracias a la memoriosa voluntad evocadora de nuestro amigo. Recuerdo que Pedro Juan, impaciente ya por tanta promesa creadora volandera, lo increpó un día duramente con uno de sus aforismos terminantes: –Oye niño, la inspiración es un estado de ánimo ideado por vagos, hay que sudar, hay que poner negro sobre blanco, ¡escribe hombre, escribe!–. El conjuro surtió efecto: hoy Pablo Juan Canino nos ofrece un proyecto en donde no sólo se desempolvan las añoranza sino que se consignan nuevas vivencias iluminadoras. Desde “El mensajero de la muerte” hasta “Mi hija es García Márquez” hay mucho camino hollado y, trecho a trecho, mucho oficio adquirido. Con el presente libro de relatos que tanto hubiera complacido a su maestro, cumple con creces la promesa que le hiciera y que se hiciera a sí mismo: poner negro sobre blanco. ¡Enhorabuena!
–Carmen Lugo Filippi
Pablo Juan Canino Salgado nació en Dorado, Puerto Rico, en 1953. Estudió Historia y Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico, y lingüística y literatura hispánicas en la Universidad de Massachusetts en Amherst. Es catedrático de Español de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.